Ningún camino
se trazó para ir
a una pared.

Forzosos giros;
itinerarios, sendas
que se autoeligen.

Todo sendero
se bifurca, trifurca…
y centifurca.

En cada ruta
("o ésta o ésa o aquélla"),
una gran “O”.

Cada rotonda
o bocacalle es una
encrucijada.

Ningún camino
hallé que solamente
llevara a Roma.

A la deriva
y sin rumbo también
son un trayecto.

Son los caminos
-a menudo ellos son-
quienes nos andan.

Oigo mis pasos
por la desierta calle
y me dan miedo.

Bajo unos focos,
del cuerpo en el que habito
brotan tres sombras.

¡Cuántos vosotros!,
¡cuántos ellos!... y en cambio
un solo yo.

Ni te imaginas
cómo de hondo es el pozo
de tu memoria.

¿Cuántos recuerdos
-miles, tal vez millones-
guardo hacinados?

Lo ya olvidado,
lo diluido, ¿en qué
se disolvió?

Si el pensamiento
fuera una línea, ¿qué
forma tendría?

Cosas que sabes,
las sabes sin saber
cómo las sabes.

Nada es comienzo.
Nada es final. Todo es
un entreacto.

Si hoy te cruzases
con la niña que fuiste,
¿qué le dirías?

Tu yo (si existe)
de dentro de diez años,
¿qué te dirá?

La tierra firme
carece de sentido
para los peces.

No hay mar ni estrellas
en el pequeño idioma
de las orugas.

Ningún ladrido
busca expresar atmósfera
o citoplasma.

¿Cuántos conceptos
no existen en ningún
lenguaje humano?