La única condición que me distingue es la de haber recorrido la vida sin dejar morir al niño de los inicios. Hoy, a los ochenta, lo soy. Las células jadean, los huesos chirrían, se deforma el muñeco carnal, pero el infante lozano lo asiste en su andadura por el jardín de los asombros. Ignoro qué, quién, dispuso que el tiempo me distinguiera así. Lo considero una gracia. De tal índole que la muerte deberá dejarle paso a este niño soberano, independiente de mí, cuando el hombre acabe. Cuando suceda, saltará hacia el nuevo asombro. Pino, pez, jazmín, ornitorrinco. La fiesta continúa.
Los años nos alejan de la infancia sin llevarnos forzosamente a la madurez. Uno de los pocos méritos que admito en un autor como Gombrowicz es haber insistido, hasta lo grotesco, en el destino inmaduro del hombre. La madurez en una impostura inventada por los adultos para justificar sus torpezas y procurarle una base legal a la autoridad. El espectáculo que ofrece la historia antigua y actual es siempre el espectáculo de un juego cruel, irracional, imprevisible, ininterrumpido. Es falso, pues, decir que los niños imitan los juegos de los grandes: son los grandes los que plagian, repiten y amplifican, en escala planetaria, los juegos de los niños.
La única condición que me distingue es la de haber recorrido la vida sin dejar morir al niño de los inicios. Hoy, a los ochenta, lo soy. Las células jadean, los huesos chirrían, se deforma el muñeco carnal, pero el infante lozano lo asiste en su andadura por el jardín de los asombros. Ignoro qué, quién, dispuso que el tiempo me distinguiera así. Lo considero una gracia. De tal índole que la muerte deberá dejarle paso a este niño soberano, independiente de mí, cuando el hombre acabe. Cuando suceda, saltará hacia el nuevo asombro. Pino, pez, jazmín, ornitorrinco. La fiesta continúa.
ReplyDelete(ESTEBAN PEICOVICH)
Los años nos alejan de la infancia sin llevarnos forzosamente a la madurez. Uno de los pocos méritos que admito en un autor como Gombrowicz es haber insistido, hasta lo grotesco, en el destino inmaduro del hombre. La madurez en una impostura inventada por los adultos para justificar sus torpezas y procurarle una base legal a la autoridad. El espectáculo que ofrece la historia antigua y actual es siempre el espectáculo de un juego cruel, irracional, imprevisible, ininterrumpido. Es falso, pues, decir que los niños imitan los juegos de los grandes: son los grandes los que plagian, repiten y amplifican, en escala planetaria, los juegos de los niños.
ReplyDeleteYo soy quien espía los juegos de los niños
ReplyDeleteMuchachos duros ingresan en la mafia
Papá revolver protege a sus hijos
Los estudiantes se suicidan
disparando contra la policía
JORGE ILEGAL , ROCK & ROLL