Hay una dependencia o vinculación entre la consciencia y el mundo psíquico y perceptivo, de un lado, y la materialidad corporal (neuronas, encéfalo) que lo producen, de otro; pues de momento no conocemos consciencias no corporales (acéfalas).
Pero que no conozcamos consciencias o inteligencias extracorpóreas e inmateriales (desligadas de un cuerpo físico) no significa necesariamente que no existan.
Ya me había tomado una aspirina, pero seguía el dolor de cabeza. Tumbado en la cama, no podía dormir por las punzadas de la muela de abajo. Para alejar de mi cabeza esa sensación de dolor, reflexioné sobre por qué me dolía. Yo sabía que la inflamación de la pulpa dentaria enviaba actividad eléctrica por una de las ramificaciones del nervio trigémino que terminaba en el tronco del encéfalo. Tras pasar por más etapas de activación, al final el dolor era generado por células nerviosas situadas en las honduras del prosencéfalo. No obstante, nada de eso explicaba por qué me sentía fatal. ¿Cómo es que el sodio, el potasio, el calcio y otros iones chapoteando por el cerebro provocaban esa sensación tan atroz? Esta prosaica manifestación del venerable problema mente-cuerpo, allá en el verano de 1988, me ha tenido ocupado hasta el día de hoy.
¡Igual que degustar un jamón o pensar en un lacón!
ReplyDeleteHay una dependencia o vinculación entre la consciencia y el mundo psíquico y perceptivo, de un lado, y la materialidad corporal (neuronas, encéfalo) que lo producen, de otro; pues de momento no conocemos consciencias no corporales (acéfalas).
ReplyDeletePero que no conozcamos consciencias o inteligencias extracorpóreas e inmateriales (desligadas de un cuerpo físico) no significa necesariamente que no existan.
¿Puede haber PSIQUE sin SOMA?
ReplyDeleteTodo esto nos puede producir una absoluta cefalea... En un futuro los implantes de conciencia dejarán de ser un producto meramente cerebral.
ReplyDeleteYa me había tomado una aspirina, pero seguía el dolor de cabeza. Tumbado en la cama, no podía dormir por las punzadas de la muela de abajo. Para alejar de mi cabeza esa sensación de dolor, reflexioné sobre por qué me dolía. Yo sabía que la inflamación de la pulpa dentaria enviaba actividad eléctrica por una de las ramificaciones del nervio trigémino que terminaba en el tronco del encéfalo. Tras pasar por más etapas de activación, al final el dolor era generado por células nerviosas situadas en las honduras del prosencéfalo. No obstante, nada de eso explicaba por qué me sentía fatal. ¿Cómo es que el sodio, el potasio, el calcio y otros iones chapoteando por el cerebro provocaban esa sensación tan atroz? Esta prosaica manifestación del venerable problema mente-cuerpo, allá en el verano de 1988, me ha tenido ocupado hasta el día de hoy.
ReplyDelete(CHRISTOF KOCH)